Solía ser muy sencillo decir que éramos mexicanos, españoles o argentinos y tener las mismas referencias, tradiciones y similares comportamientos que otros connacionales. Era relativamente fácil definir nuestras influencias y definirnos como uniculturales. Al vivir en dichos países nos rodeábamos casi exclusivamente de eso que veíamos a nuestro alrededor -de vez en cuando podíamos hacer un viaje al extranjero o veíamos un programa internacional, pero no pasaba de ser una experiencia más.
Hoy en cambio, el mundo se abrió. Aumentaron los niveles de migración, viajar se ha vuelto más accesible y tenemos en la mano como nunca antes el punto de vista de creadores e influencers, con información de todo el mundo. Estamos en constante contacto con otras culturas; las consumimos, y nos fascina.
Antes se decía que la tierra y la sangre eran lo que nos determinaba. Hoy muchos de nosotros, antes de identificarnos como “Martínez”, nos identificamos como fans del K-pop. Conectamos con los valores de Corea del Sur, lo Haiyu y Gangnam; con lo sorprendente y diverso que tiene por ofrecernos y que es totalmente ajeno a lo que vivimos en el día a día en una reunión familiar.
No es necesariamente que prefiramos eso a nuestra propia cultura, sino que nos permite poner en perspectiva lo que aprendimos como verdad en nuestro hogar o escuela. Es casi como que al consumir otras culturas le estamos sumando capas a nuestra personalidad. Pasamos del dime de dónde eres y te diré quién eres; a «dime qué cultura consumes y te diré quién eres”.
Cuando consumimos otras culturas nuestros marcos de referencia se expanden. Hacemos un híbrido que nos convierte en personas más tolerantes. No rechazamos la diferencia, sino que vivimos ya con la curiosidad e interés global integrados; aprendemos incluso a apreciar lo mejor y lo peor de la propia cultura.
Neflix tiene cada vez un catálogo más amplio de películas de Bollywood y podemos sumergirnos en la cultura contextual de ese género, haciendonos sentir no sólo que la entendemos -aún sin haber viajado a India- sino que la podemos integrar en nuestra idiosincrasia. Existen apps como OMEGLE, Talk to strangers; en la que puedes chatear o videollamar a personas random de todo el mundo perfilando con algún interés en común. Nuestra hambre por consumir otras culturas está más presente que nunca.
Lo relevante es que esto trasciende gustos y hobbies y termina por dar forma a cómo pensamos y actuamos. Al consumir culturas, nuestra mente se abre, se moldea; e incluso podemos comenzar a pensar y a actuar como lo haría un sujeto de un país totalmente ajeno al nuestro.
Ahora que -por fin- estamos cuestionando las segmentaciones de consumidor definidas por edad y género, podríamos dar un paso más allá: pasar de segmentar por red social a segmentar por aquello con lo que nos identificamos. ¿Qué pasaría si lanzamos un nuevo servicio para aquellos que se identifican con la cultura country-norteamericana? ¿Y si nos dirigimos mejor a mujeres que se identifiquen con el estilo de maternidad francesa, independientemente de su edad o de dónde vivan? Al re-enfocar desde el consumo de culturas, las posibilidades se amplían.